Carta
al Papa Francisco
Manuel
Esparza*
24/11/2024
Quisiera
presentarme como un ex antiguo compañero de ideales de la Compañía de Jesús
para asegurarle que el contenido de esta misiva pretende ser una crítica
constructiva muy acorde con la práctica ignaciana de representación de
diferencias ante los superiores.
Los acontecimientos
violatorios de los derechos humanos que estamos siguiendo diariamente en la asediada
Palestina obliga al resto del mundo a exigir el cese del exterminio. Desgraciadamente
los jefes de estados, incluyendo el Consejo de Seguridad de la ONU, no hallan
el consenso necesario para para obligar a las partes a negociar la paz. Al
contrario, tanto los países de vieja data colonialista en Europa como el
hegemón norteamericano siguen apoyando el genocidio y oponiéndose al cese de hostilidades
del sionismo.
El
Vaticano como estado se ha limitado a pedir el cese de fuego y orar para que
las partes se sienten a negociar sabiendo que eso no se logrará pues se trata abiertamente
de eliminar al pueblo palestino. Sin embargo, a todo observador crítico no se
le escapa que los objetivos verdaderos no son otros que el dominio de territorios
y recursos para asegurar la hegemonía de los grandes poderes.
En
este contexto, uno ve que el poder moral y político religioso se ejerce pragmáticamente,
sin duda para evitar mayores daños a la Iglesia. De nuevo la doctrina del mal
menor que ejerció Pío XII ante Hitler, la del cardenal Ratzinger que prefirió
el silencio ante la evidencia de pederastia del fundador de una orden religiosa
por ser “amigo de Juan Pablo II”. ¿Qué justificaciones casuísticas serán
aquellas para ir de la mano y en paz con los halcones de guerra?: el cardenal
Spellman bendiciendo las armas de los enemigos del imperio y afirmando que es “la
guerra de Cristo contra el Vietcong y contra la gente del Vietnam del norte¨; el
jesuita Avery Dulles pidiendo a los obispos americanos no juzgaran la moralidad
de la guerra contra Irak, que eso se le dejara a los militares que saben mejor
lo que sucede, este influyente teólogo después fue premiado como cardenal de la
Iglesia. En la percepción de muchos todo eso no es sino la doctrina del fin
justifica los medios.
El silencio
de los que pidiendo levantar su voz y no lo hacen los juzgará la historia como
cómplices de genocidio. UD como soberano del estado del Vaticano puede, en la
sumisa e interesada Europa, ejercer un liderazgo contundente en contra de este
nuevo holocausto. Que no pase su pontificado como cómplice vergonzoso de los
poderes hegemónicos de este mundo. Siempre, parafraseando a Ignacio de Loyola, teniendo
en cuenta la mayor gloria y servicio que podemos ofrecer a la humanidad.
Atentamente,
Manuel Esparza
*Antropólogo
esparzacamargo@hottmail.com
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