miércoles, 3 de noviembre de 2021

 

Yola, no te vas… 

 

Hoy día de Muertos fuimos a donde Zenón nuestro compadre a pagar nuestros respetos por nuestra querida Yola, su esposa. No quisimos ir al tradicional desayuno de "higaditos", ni al mole en la comida como todos los años. Sólo queríamos acompañar a nuestro amigo de toda la vida en Oaxaca, perdió este año a su hijo, otro hermano y ahora a su esposa. Ángeles y yo estuvimos todo el resto del día afectados por el pesar, fue un encuentro muy humano y profundo. No podíamos creer que Yola ya no estuviera, era el alma de la familia y compañera de muchas vicisitudes en nuestra familia. 

 

    -Ya váyase- le dijo Yola a su suegro moribundo, - ya descanse. 

 

Así era Yola, derecha y mal hablada. Cuando entró de novia a la casa de los suegros según la costumbre de Tlacolula, vio cómo don Albino golpeaba a su mujer y un día se animó a encararlo:  

 

    -Si yo fuera su mujer y Ud.me pegara le devolvía el guantón… 

    -   ¡Ah bruta¡ - atinó a responder el sorprendido suegro. 

 

Eran tiempos de pobreza cuando íbamos juntas las familias a acampar a las deshabitadas playas de Huatulco, acampábamos en tiendas de lona, Yola llevaba anafre, carbón, tlayudas, huevos y a todos nos daba desayunar. Un buen día los hijos pidieron desayunar en restaurante, cada uno pidió diferente y no se lo acabaron. Yola estalló: 

 

    - Se comen todo lo que pidieron o se los meto por lavativa… 

 

Nuestra amistad comenzó con los Ramírez al mismo año que llegamos a Oaxaca en 1973. Al año siguiente nos casamos Ángeles y yo, e igual de espartana fue la boda civil a la que vinieron familiares y amigos de México. La ceremonia fue en la entrada del departamento de los Winter, un espacio encementado de apenas unos metros cuadrados, pero suficiente para       que un famoso trio de viejitos animara el baile. Había sí mucho chupe y Sabritas para acompañar. Yola se dio cuenta que esa boda de antropólogos pobres no iba y mandó traer un canasto grande con tamales. Ese fue el banquete. 

Un tiempo después, vino el matrimonio eclesiástico en la ciudad de México, en casa de los Hinojosa, aprovechando viaje en la misma ceremonia se bautizó Gabriel y el padrino fue Zenón. Para esa ocasión Yola llevó el ceremonial ciro que hacían en Tlacolula, una enorme y gruesa vela adornada con flores y frutas, quién sabe cómo resistió el viaje entre las piernas hasta México. 

Tiempo después, me abrieron el esternón para cambiar tubería, eso fue allá por el Pedregal, me dieron de alta pero tenía que pasar unos días en hotel antes de regresar a Oaxaca. La sorpresa fue que tocaron a la puerta y ahí estaba Zenón y Yola con una botellota de mezcal. Sabían dónde me operarían, pero ya no me hallaron, quién sabe cómo estuvieron preguntando a los taxis del hospital hasta que dieron con el hotel en la Av. Álvaro Obregón.  

Gabriel se graduó en el Tec de Monterey, y allá quisieron ir los compadres a celebrar al ahijado, los dos estrenando trajes de noche. 

Los Ramírez decidieron irse a vivir a San Xabier, atrás de Monte Albán donde compraron terrenos con mucha agua y en donde cada hijo tiene su casa. Volvieron a ser “campesinos después de citadinos”, decía Zenón y, sí el jardín y la huerta están siempre floreando y dando frutos. Espacio suficiente para acomodar cada semana a la creciente familia, y en Muertos para dar de comer a más de 100. Días antes del 1 de noviembre no fallaba la invitación extendida a amigos nuestros de visita, algunos se acostumbraron y venían cada año de México al mole que preparaba Yola con días de anticipación, no faltaban los Hinojosa, Vaquera, Aguilar, Arrieta, Rosalino y familia, Luz María Esparza, mis muy cercanos Dillon- Esparza y cuanto colega andaba de paso. 

 

    -Ay compadre te quiero mucho – me dijo un día después de estar recordando tanta cosa vivida durante años. 

    -Yola, qué va a decir Zenón… la bromeé 

    -Compadre que no le llega a la comadre a las caderas, no es compadre de a deveras...-soltó con ruidosas carcajadas. 


Esa iba a ser la marca de la casa: risas estruendosas. 

Empezaron los velorios y en el antiguo garaje convertido en salón de usos múltiples y capilla ardiente se velaban a los que iban muriendo especialmente doña María la madre de Zenón, luego Benito primero de los dos hermanos muertos de Zenón.  

 

      - Entre carcajadas y llantos así celebramos a nuestros muertos, -dijo Edith. 

 

Esta mañana que fuimos a acompañar a Zenón preguntamos dónde iban a depositar las cenizas de Yola, 

                         -No te acuerdas- respondió Zenón-, lo que dijimos una vez, que ella quería estar con su mamá, y yo también con la mía cuando la muerte nos separe y, ahora sí, -dijo Yola- cada quien a chingar a su madre…  

Esa era Yola, y tan presente que basta verla en el altar familiar diciéndonos:

                   

                      - No me digan que me vaya ya… 

 

esparzacamargo@hotmail.com

   

 

 

 

 

 

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