IN
MEMORIAM
Don Rafael Cruz Vásquez
Un legendario protector del patrimonio
Manuel Esparza
Precisamente cuando
sale una administración y entra otra que continuará la política de hacer
rentables los bienes históricos por medio de la inversión turística, se va un
extraordinario defensor del patrimonio arqueológico de Oaxaca. Don Rafael, un
hombre macizo que a los 93 años, ya jubilado, aún respondía sin rodeos a cerca de su
dedicación al cuidado de los sitios arqueológicos de la región de la Cañada.
A los 19 años comenzó sus dos únicos años de Primaria, a los 71 la concluyó junto
con la Secundaria. En 1964 entró como vigilante a trabajar al INAH de Oaxaca y
durante 30 años recorrió a pie innumerables pueblos vigilando sitios contra saqueos y descubriendo nuevos. Su área de trabajo llegó a cubrir 26 pueblos de la región de la Cañada más
otros más en todo el estado entrenando a otros vigilantes.
Minucioso
observador de vestigios fue registrando innumerables sitios que han servido a
muchos arqueólogos de obligada referencia. Los historiadores han abrevado en
sus notas a cerca de la localización de lienzos, mapas y libros escritos en
mixteco. Sus anotaciones se publicaron en
1999 (Arqueología de la Cañada de
Cuicatlán: Vigilancia y compromiso de un custodio, Centro INAH Oaxaca).
La colaboración de don Rafael se hizo más necesaria con la
promulgación de la ley de 1972 sobre los monumentos arqueológicos. Fue el
tiempo en que se tomó en serio, en el país, la preservación del patrimonio. Las
penas por el tráfico de piezas arqueológicas llegaron a ser más severas que las
del tráfico de drogas. A nivel federal se comisionó personal de la PGR para
coadyuvar con el personal del INAH en la persecución de los saqueadores. En
Oaxaca se hicieron decomisos y encarcelamientos, se hicieron registros de
colecciones privadas con la prohibición de seguir incrementándolas. Se hizo una
amplia publicidad en todos los rincones del país en pro de la conservación del
patrimonio. En Oaxaca se repartieron posters con la leyenda: Manos mexicanas lo
hicieron, manos mexicanas deben conservarlo. Hubo presupuesto para abrir
delegaciones del INAH en la república, para crear plazas de investigadores y
vigilantes, se hicieron museos regionales, de sitio y comunitarios.
Fue en la actividad de inspector que Rafael
Cruz pasó a ser una leyenda entre los arqueólogos. Se comentaban y adornaban
las hazañas que tuvo, como cuando a punta de pistola trajo a la ciudad a un
presidente municipal que vendía piezas, los líos que se metió por traer a la
fuerza objetos sin registro, las amenazas contra su vida como cuando a balazos
repelió a los que lo querían matar a pedradas desde lo alto del cañón de
Tomellín por donde regresaba a pie a su casa de Telixtlahuaca. Para los que
trabajábamos en las oficinas era un problema verlo llegar con un fajo de
reportes exigiendo oficios inmediatos de suspensión de obras, admoniciones a
presidente municipales, denuncias de saqueos que tenían que atender los arqueólogos
y no para mañana… pues él regresaba de inmediato a los pueblos a repartir los
oficios y a acompañar al arqueólogo de guardia para hacer arqueología de
rescate que a veces se prolongaba por días.
Ante las envestidas de estos regímenes
neoliberales en que no sólo los bienes culturales se quieren comercializar sino
también los recursos naturales
incluyendo la integridad territorial, no deja de llamar la atención sus propias
palabras en su libro: ¨Por mi parte, quisiera expresarles que uno de mis grandes anhelos en este mundo
sería el de vivir muchos años, solamente porque quisiera seguir cuidando y
preservando la muestra de estas culturas milenarias de las que somos parte, y
las que son también herencia de nuestras futuras generaciones. En absoluto
debemos permitir el exterminio de nuestras culturas ancestrales, evitemos que a
través de saqueos se lleven a cabo el arrasamiento de las mismas.¨
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