Yola, no te vas…
Hoy día
de Muertos fuimos a donde Zenón nuestro compadre a pagar nuestros respetos por
nuestra querida Yola, su esposa. No quisimos ir al tradicional desayuno de
"higaditos", ni al mole en la comida como todos los
años. Sólo queríamos acompañar a nuestro amigo de toda la vida en Oaxaca,
perdió este año a su hijo, otro hermano y ahora a su esposa. Ángeles
y yo estuvimos todo el resto del día afectados por el pesar, fue un encuentro
muy humano y profundo. No podíamos creer que Yola ya no estuviera, era el alma
de la familia y compañera de muchas vicisitudes en nuestra familia.
-Ya váyase- le
dijo Yola a su suegro moribundo, - ya descanse.
Así era Yola, derecha y mal hablada. Cuando entró
de novia a la casa de los suegros según la costumbre de Tlacolula,
vio cómo don Albino golpeaba a su mujer y un día se animó a
encararlo:
-Si yo fuera su mujer y Ud.me pegara le
devolvía el guantón…
- ¡Ah bruta¡ - atinó a
responder el sorprendido suegro.
Eran tiempos de pobreza cuando íbamos juntas las
familias a acampar a las deshabitadas playas de Huatulco, acampábamos en
tiendas de lona, Yola llevaba anafre, carbón, tlayudas, huevos y a todos
nos daba desayunar. Un buen día los hijos pidieron desayunar en restaurante, cada uno pidió
diferente y no se lo acabaron. Yola estalló:
- Se comen todo lo que pidieron o se
los meto por lavativa…
Nuestra amistad comenzó con los Ramírez al mismo
año que llegamos a Oaxaca en 1973. Al año siguiente nos casamos Ángeles y yo, e
igual de espartana fue la boda civil a la que vinieron familiares y amigos
de México. La ceremonia fue en la entrada del departamento de los Winter, un
espacio encementado de apenas unos metros cuadrados, pero suficiente
para que un famoso trio de viejitos animara el
baile. Había sí mucho chupe y Sabritas para acompañar. Yola se dio cuenta que
esa boda de antropólogos pobres no iba y mandó traer un canasto grande con
tamales. Ese fue el banquete.
Un tiempo después, vino el
matrimonio eclesiástico en la ciudad de México, en casa de los
Hinojosa, aprovechando viaje en la misma ceremonia
se bautizó Gabriel y el padrino fue Zenón. Para esa ocasión Yola
llevó el ceremonial ciro que hacían en Tlacolula, una enorme y gruesa
vela adornada con flores y frutas, quién sabe cómo resistió el
viaje entre las piernas hasta México.
Tiempo después, me abrieron el esternón
para cambiar tubería, eso fue allá por el Pedregal, me dieron
de alta pero tenía que pasar unos días en hotel antes de regresar a
Oaxaca. La sorpresa fue que tocaron a la puerta y ahí estaba Zenón y Yola con
una botellota de mezcal. Sabían dónde me operarían, pero ya no
me hallaron, quién sabe cómo estuvieron preguntando a los taxis del hospital
hasta que dieron con el hotel en la Av. Álvaro Obregón.
Gabriel se graduó en el Tec de Monterey,
y allá quisieron ir los compadres a celebrar al ahijado, los dos estrenando
trajes de noche.
Los Ramírez decidieron irse a vivir a
San Xabier, atrás de Monte Albán donde compraron terrenos con mucha agua y en
donde cada hijo tiene su casa. Volvieron a ser “campesinos
después de citadinos”, decía Zenón y, sí el jardín y
la huerta están siempre floreando y dando frutos. Espacio suficiente para
acomodar cada semana a la creciente familia, y en Muertos para dar de
comer a más de 100. Días antes del 1 de noviembre no fallaba la invitación
extendida a amigos nuestros de visita, algunos se acostumbraron y venían
cada año de México al mole que preparaba Yola con días de
anticipación, no faltaban los Hinojosa, Vaquera, Aguilar,
Arrieta, Rosalino y familia, Luz María Esparza, mis muy
cercanos Dillon- Esparza y cuanto colega andaba de
paso.
-Ay compadre te quiero mucho – me dijo un día
después de estar recordando tanta cosa vivida durante años.
-Yola, qué va a decir Zenón… la bromeé
-Compadre que no le llega a la comadre a las
caderas, no es compadre de a deveras...-soltó con ruidosas carcajadas.
Esa iba a ser la marca de la casa: risas
estruendosas.
Empezaron los velorios y en el
antiguo garaje convertido en salón de usos múltiples y
capilla ardiente se velaban a los que iban muriendo especialmente
doña María la madre de Zenón, luego Benito primero de los dos hermanos muertos
de Zenón.
- Entre
carcajadas y llantos así celebramos a
nuestros muertos, -dijo Edith.
Esta mañana que fuimos a acompañar a Zenón
preguntamos dónde iban a depositar las cenizas de Yola,
-No
te acuerdas- respondió Zenón-, lo que dijimos una vez, que ella
quería estar con su mamá, y yo también con la mía cuando la muerte nos separe
y, ahora sí, -dijo Yola- cada quien a chingar a su
madre…
Esa era Yola, y tan presente que basta verla en el
altar familiar diciéndonos:
- No me digan que
me vaya ya…
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