Los jesuitas y Díaz Ordaz en el 68
Manuel Esparza
Mucho
se ha escrito de lo sucedido en la Plaza de las Tres Culturas hace 50 años. No
son pocos los pronunciamientos de las autoridades responsables que justificaron
las acciones, ocultaron a los responsables, distorsionaron lo hechos. Uno de
ellos, el Presidente Díaz Ordaz durante dos horas y media estuvo dando su
versión en privado al Provincial de los jesuitas P. Enrique Gutiérrez Martín
del Campo. Eso fue el 19 de diciembre de 1969 en los Pinos.
Se
hizo un resumen escrito del contenido del monólogo de Díaz Ordaz que el que
esto subscribe tuvo acceso a él y que luego fue publicado en la revista PROCESO
años después (No. 108 del 27 de noviembre de 1978) a los 10 años de la matanza
de Tlatelolco. Algunas de las afirmaciones ejemplifican la mente manipuladora y
cínica del presidencialismo mexicano.
Díaz
Ordaz dice estar preocupado por algunas tendencias del clero en meterse en
política, pero que con la mutua cooperación de él con las altas autoridades
eclesiásticas se podrán evitar los problemas. Propone en concreto, si alguien
del gobierno obstaculiza la labor espiritual, en este caso de la Compañía de Jesús,
pide se le informe pues ¨el hará lo que esté de su parte para situar a esa persona¨.
Pide en reciprocidad que cuando alguien obstaculice la labor del gobierno, el
Provincial pondrá ¨en su sitio¨ al responsable. Así, añadió, se solucionaron
problemas cuando él era Secretario de Gobierno en Puebla y el P. Espino
secretario de la Mitra. Lo mismo dijo estar sucediendo entre el Delegado
Apostólico y él.
¨Allí
en Tlaltelolco¨, según él dijo, ¨se verificó una operación diabólica según la
cual el ejército había sido enviado para controlar la situación y con órdenes
de defenderse pero no de atacar, fue atacado (sic), sembrando la confusión en un momento dado por parte de los
grupos que desde el edificio Chihuahua dispararon contra la gente y contra el
ejército, creando la situación que terminó con ese saldo de treinta y tantos
muertos (sic) y cerca de 150
heridos¨.
¨Como
pruebas extrínsecas de que los hechos eran así¨, él aducía el hecho ¨de que
hubiera tanto corresponsal extranjero perfectamente bien instalado y protegido
en lugares y en sitios desde los cuales pudieron tomar muy buenas fotos y
buenas películas de algo que ellos sabían que iba a pasar. El mismo comandante
de las tropas fue uno de los primeros heridos y precisamente con una bala que
venía en una dirección de arriba hacia abajo (sic)¨
Al hecho de que se habían ocultado muertos, él
contestó categóricamente diciendo ¨que no se había ocultado absolutamente
ningún muerto, ningún herido y añadiendo a modo de prueba decía ´no podemos
acallar la voz de tantas madres mexicanas´. En seguida narró cómo con frecuencia
agarraban a los estudiantes y los metían a la cárcel: ´agarramos miles pero los
volvimos a soltar´. Indicó después como sólo quedaron presos aquellos a los que
verdaderamente se les comprobaba, bien por antecedentes, bien por hechos
concretos del momento, que eran personas peligrosas para la paz pública,
asesinos, agitadores profesionales, etc.¨
Pasó luego a narrar la situación actual en el
sentido de la presión que se le estaba haciendo ¨para liberar a los presos
políticos y cómo su sentido de celo de la autoridad le impedía poner en
libertad a gente que él juzgaba que debía estar en prisión por el peligro que
representaba par la sociedad¨, y añadía ¨que si dejaba salir a esos, por qué no
dejaba salir a los rateros y a los ladrones y a los asesinos que por otras
razones estaban en la cárcel…me han cerrado las puertas al presionarme.¨
Aquí algunos comentarios del mismo Díaz
Ordaz sobre el ejército en ese monólogo disfrazado de entrevista al Provincial:
¨El único donde queda disciplina es en el ejército. El colegio Militar es una
especie de oasis…qué culpa tienen estos pobres soldados ignorantes que han
tomado este oficio para ganarse la vida, qué culpa tienen de que se les ordene
que guarden el orden, pero eso yo tomé totalmente la responsabilidad, porque
ellos no tienen elementos para tomarla¨.
Este
calculador cínico dejaba de vez en cuando caer opiniones de otros jesuitas que
él apreciaba: su pariente el P. Jacobo Blanco, el P. Pardinas, y hasta Monseñor
Méndez Arceo. Su intención era darle a entender al Provincial que él estaba
enterado de quiénes otros de esos religiosos había que ¨ponerlos en su
lugar¨. Así mismo confesaba con fingido
candor rasgos de su propia familia, especialmente de su madre que de chico ¨lo
presionaba para que ayudara hasta tres misas los domingos aparte del rosario de
la tarde¨. Recuerda además qué tan cristiano era su origen: ¨tenía prohibido
ver el edificio donde estaba la Logia, y que le había de dar un rodeo para no
pasar frente al colegio metodista¨. Todo
muy edificante, ¿cómo dudar de la sinceridad de una persona así? (Ver texto de
esta entrevista en PROCESO No. 108 del 27 de noviembre de 1978).
Enrique
Martín del Campo ya no siendo Provincial se refirió a esos jesuitas a los que
Díaz Ordaz quería fueran señalados y vigilados. En carta a PROCESO del 2 de
diciembre de 1978 dice: ¨Dentro de la tensión de aquellos días, el peligro de
aprehensiones y de la muerte estuvo cerca de varios compañeros (jesuitas)…entonces supe por algunos
amigos el disgusto extremo del Sr. Presidente porque las autoridades
eclesiásticas no intervenían para condenar a los universitarios. Entre dichas
autoridades era mencionado el Provincial de los jesuitas¨ (PROCESO núm. 109 del
2 de diciembre de 1978).
La
iglesia de entonces guardó distancia del movimiento, sencillamente no tenía
nada qué contribuir ni al análisis de la situación ni a proponer soluciones
(Ver M. Esparza, Excelsior del 3 de octubre de 1968). Hubo más religiosos que
sí participaron y sufrieron las consecuencias, entre ellos los profesores
jesuitas que fueron expulsados del Tecnológico de Monterrey, el retiro económico
de empresarios al Centro de Estudios Educativos, A.C., dirigido por el jesuita
Pablo Latapi, y como consecuencia de la toma de conciencia social el sierre del
elitista Colegio Patria en Polanco en la década de los 70s, el sierre de
colegios de niñas ricas dirigido por monjas. Debido a represalias contra
religiosos activistas varios tuvieron que salir del país. En las décadas
posteriores al 68 y debido a otros factores también, se experimentó un masivo
abandono de miembros de diversas órdenes religiosas y del clero diocesano. No
sólo la sociedad fue despertada hacia una mayor toma de responsabilidad social,
también en la Iglesia grandes sectores de laicos y clérigos probaron una nueva
libertad.