Manuel
Esparza
No se retira,
renuncia a su cargo. Es una dimisión muy diferida, hace años desde que era
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe debió dejar de ser parte
de la conducción de una Iglesia decadente. Para mediados de los 90s del siglo
pasado la deserción en las filas de creyentes era enorme, entonces se hablaba
de más de 20 millones de bajas. En el presente fácilmente esa cifra es lo
doble. En cualquier empresa de negocios donde se diera algo semejante se reuniría
el consejo de directores para destituir al presidente por ineficaz. Ratzinger,
entonces, como Prefecto era el cerebro gris detrás de la orientación doctrinal
de la Iglesia, el moderno inquisidor en contra de los defensores de la teología
de la liberación y de los avances logrados después del Concilio Vaticano II.
Debió junto con el Papa y demás corresponsables haber sido destituido. Lo que
es más, debieron haber sido enjuiciados por herejes (sopas….!).
El juicio doctrinal
Mire
Usted, el Concilio Ecuménico XVI, en Constanza (1414-1418) declaró dogmáticamente, es
decir, de fe, que la máxima autoridad en la Iglesia es el Concilio. Ahora compare
lo que Ratzinger como Prefecto dijo: ¨Dado que el poder del primado es supremo,
no hay ninguna otra autoridad a la cual el Pontífice Romano en su ejercicio del
don que ha recibido deba responder
jurídicamente¨ ([1]). Y tanto durante el largo
papado de Juan Pablo II como el de Benedicto XVI se ha estado actuando
autoritariamente sin la participación
colegiada de obispos y en contra de muchas disposiciones del anterior Concilio.
En palabras autorizadas: “el Concilio Ecuménico, según el dogma de Constanza,
tiene superioridad sobre el papa, éste puede dimitir, e incluso puede perder
automáticamente su puesto en determinados casos de herejía, cisma o enfermedad
mental” ([2]).
El juicio moral
Uno
de los grande logros de la evolución natural en el especie humana ha sido
dotarnos de un mecanismo que nos evite destrozarnos como brutos animales. Se
llama empatía, y es esa facultad de poder ponernos en los zapatos de otro y además
sentir en carne propia lo que otro pueda estar sufriendo. No ha sido un logro
instantáneo, ha tenido hasta retrocesos
debido a otras fuerzas que nos componen como son los mecanismos sociales
que con frecuencia han sido más poderosos que las buenas disposiciones
naturales. En la Edad Media, por ejemplo, dominó la cultura de la crueldad. Llegó
a ser una diversión pública de chicos y grandes ver cómo quemaban vivas retorciéndose
a mujeres acusadas de brujas, cómo se desmembraba el cuerpo del
condenado tironeado por caballos en distintas direcciones. Los museos de
instrumentos de tortura muestran como mujeres u hombres podían ser empalados
por el ano o aserrados en dos desde las inglés. La Santa Madre Iglesia aprobaba
esos métodos de confesión.
Ahora imaginemos qué sufrirían nuestra
pequeña hija, nieta o hermana que apenas están en primaria cuando incrédulos
nos enteramos que han sido violadas en la escuela no una vez sino varias y
ellas no contaban nada y se callaban aterrorizadas. Qué habrá sufrido la mamá
que supo que su niño de 5 años estuvo viendo
muchas veces el enorme falo de su maestro y sentir que lo desgarraba por dentro. Tratemos
de imaginar qué daño se les causó a todas esas criaturas para el resto de sus vidas.
Pues esa cultura de la crueldad contra
infantes y adolescentes se ha estado reactuando durante décadas por incontables desalmados que ganándose la confianza por ser
parientes cercanos o figuras de respeto han abusado tan animalmente de esos
inocentes. El juicio moral debe ser implacable contra aquellos que pudiendo
haber evitado más daños no lo hicieron sino hasta los facilitaron. Sin más es
el caso de los sacerdotes pederastas que han sido protegidos por sus superiores
y aun vueltos a poner en situaciones de delinquir.
El caso de Maciel ejemplifica por qué el
juicio moral contra esos encubridores debe ser contundente. Ratzinger como
Prefecto supo de los hechos y se excusó
de actuar porque Maciel era amigo del
Papa. Perdón señor Ratzinger pero Ud. debió haber hecho público el caso y castigado al
culpable, y si no lo podía hacer por no disgustar al anciano pontífice, Ud.
debió haber renunciado a su puesto. Pero pudo más no quedar mal con el jefe que
actuar conforme la más elemental moralidad. Ninguna razón, y menos la esgrimida
de evitar un daño a la Iglesia, es válida para permitir que se siguiera
sodomizando a jóvenes. Tenía razón Voltaire: ¨Esos que te pueden
hacer creer en disparates te pueden hacer que cometas atrocidades.¨
Incomprensible final
Es
noticia conocida el número de presidentes de bancos o grandes corporaciones que
han sido destituidos en todas partes en estos tiempos de crisis mundial.
Algunos han tenido el descaro de otorgarse bonos millonarios antes de irse,
pero se han ido en total desprestigio. ¿Se
puede uno imaginar a Dominique Strauss-Kahn que salió hace dos años de la presidencia del Fondo Monetario
Internacional siendo ovacionado en una plaza pública y rodeado de los grandes ejecutivos como gran despedida
antes de ir a la cárcel?
Estamos sólo a unos cuantos días de que
deje la oficina Joseph Ratzinger y se vaya de vacaciones. Será muy emotiva su
última aparición desde el balcón del Vaticano, llegarán de todas partes los ejecutivos que en la
Iglesia se les dice jerarcas a despedirlo y agradecerle sus nombramientos. Los
cardenales también doblemente agradecidos por formar una mayoría escogida por
el mismo Ratzinger, estarán también en cuerpo pero con la mente en quién
elegirán como el gran ejecutivo de esa
gran empresa que aun decadente, diezmada
y desprestigiada todavía les genera
muchos beneficios y reconocimientos. Elegirán al que les asegure que nada
cambiará.
esparzacamargo@hotmail.com