Washington
6 de enero, 2021
Al
descubierto el líder mundial de la democracia
Manuel
Esparza
Los acontecimientos
violentos fueron vistos por millones alrededor del mundo. Desde este lado de la
frontera el comentario espontáneo fue señalar qué tipo de país soberbio es ese
que impone a los demás su “democracia.” Sin embargo, lo acontecido no debe ser
sólo para echar más leña al fuego, sino para tratar de entender la conducta humana
cuando se manifiesta tan masivamente. Tan llamativa manifestación irrumpiendo
en el Congreso, algo nunca visto antes en la memoria reciente de la gente,
tenía que tener un culpable, y la opinión más repetida en las transmisiones era
el presidente Trump que estuvo incitando a la población a acudir el día que el
sistema certifica la elección del Ejecutivo. La justificación de la manifestación
era que la elección presidencial había sido fraudulenta. Motivo suficiente para movilizar a la gente
que tiene muy enraizada la convicción de que su democracia es un valor sagrado.
Algo semejante sucede en otros países cuando se manifiestan masivamente contra los
constantes regímenes dictatoriales, ¿por qué no en Washington también?
Las acciones en aumento
hasta entrar al segundo piso del Capitolio rompiendo ventanas, vandalizando escritorios,
sentándose en la silla del que hasta unos momentos antes presidía el acto,
congresistas escondiéndose tras los asientos, policías amenazando con sus armas
a los revoltosos que querían tirar la puerta de la Cámara de los Representantes,
la noticia de una mujer baleada: esas imágenes fueron muy fuertes y
desconcertantes para los norteamericanos.
Esos son los hechos, ¿cómo
interpretarlos? La opinión más repetida en los medios de ese país era que Trump
incitó a miles de gentes a manifestarse contra la validez de la elección,
entonces uno concluiría que esa turba de seguidores ciegamente se dejó llevar,
los mismos congresistas insistían que Trump debía hablar en público ordenando
fuertemente que la gente se retirara, era el único que lo podía hacer. Sin
embargo, los millones de ciudadanos que votaron en el primer periodo de Trump
no acudieron a las urnas sólo por obedecer sus peroratas políticas, vieron en
él sus derechos protegidos, la agenda del Partido Republicano robustecida: ideología
política sustentada de padres a hijos, valores religiosos asegurados, la mentalidad
de supremacía blanca, la aceptación social de los triunfadores, el estigma de
ser perdedor.
Las escandalosas
escenas vistas sirven para confirmar cómo funciona el cerebro en la intelección,
en la toma de decisiones: de la mano de las emociones y sentimientos. Ver esa
multitud en acción sólo por la insensatez del mandatario, es suponer que no son
personas racionales, son “borregos” en el apelativo popular. La fuerza de lo
emotivo puede sobreponerse a la realidad, pues ésta se percibe no desnuda, sino
coloreada por las convicciones emotivas. En el caso, la imponente realidad era
que la elección sí fue legítima, que no había pruebas de fraude, que fue la elección
fue ratificada repetidamente por las mismas instituciones del tan venerado
sistema, pero todo eso no fue suficiente evidencia que sofocara el sentimiento humillante
de haber perdido la elección y con ella los privilegios que se disfrutaban.
Es de la misma sociedad
americana la opinión de que el sistema político tiene que ser reformado
especialmente, aunque no sólo, el candado a la libre elección que ejerce el
Colegio Electoral. Mecanismo que asegura el privilegio de sólo un estrato de la
población. En la historia del país desde su fundación el acceso al poder no es
directamente del pueblo, es el privilegio de la clase adinerada. Hubo tiempo
que el presidente era un administrador encargado de asuntos internacionales. El
Senado ejercía el mayor poder, entonces no se elegían a los senadores, estos
eran elegidos por la asamblea legislativa entre los pudientes, fue hasta hace
un siglo que se empezaron a elegir democráticamente.
James Madison
fue el gran artífice de la Constitución y de la democracia de su país, el que opinó
que sólo los ricos son los que pueden ver por el bien de la gente. La principal
tarea de la sociedad es “proteger a la minoría de los opulentos frente a la
mayoría.” Ese reservatorio exclusivista se mantiene en el Senado, el que ahora
deja de ser Republicano, el que junto con la Cámara de Representantes fue
asaltado por la multitud, ¿cuánto no afectará a la población ver mancillado el sancta
sanctorum de la democracia?
En México se siguió con
interés el proceso de la elección en Georgia, y se enteró de lo sucedido el día
de Reyes. Uno se pregunta si va a servir para analizar la propia vida
democrática. En medio de la pandemia, el confinamiento, los infectados, los
muertos, se constata lo que sucede en situaciones de peligro, de creciente
decepción por la lentitud de los cambios: señalar a un culpable. Aquí en México
ya se sabe quién es, y se le insulta, caricaturiza, se critica cualquier medida
que ejerza él o los miembros de su gabinete. Es tal la ferocidad en los
ataques, el poco raciocinio en el análisis de lo que acontece, la difusión de
mentiras que no se puede menos de notar en los medios, y muy especialmente en
las redes sociales, que lo que predomina es la pasión, la emotividad, el refugio
a la tradición partidaria, a la educación familiar, religiosa, escolar. Es
llamativo que se critique a Trump como un loco, un líder paranoico odiado, un
mesías dictador, y que se iguale a AMLO con aquel. Los paralelismos son obvios,
o ¿no? Dos líderes resentidos por perder las elecciones, el nuestro dos veces
protestando hasta el cansancio por el fraude, y cuando gana a la tercera vez apoyado
por una gran mayoría, los “republicanos” mexicanos se lanzan a obstaculizar la
administración, se aglutina el equipo de gobernadores excogitando cómo derrocar
al partido en el poder y así regresar a los buenos tiempos de bonanza de la
“minoría de pudientes”; más de 600 académicos, periodistas, artistas ahora
preocupados por la falta de libertad de expresión, grupos de feministas aguerridas infiltrados de
provocadoras en busca de mártires destruyen monumentos históricos, intentan
incendiar el portón del Palacio Nacional, precariados toman por asalto la plaza
mayor con tiendas de campaña la mayoría vacías, la labor de zapa de románticos anarquistas
que incitan a no obedecer las medidas de confinación contra el contagio. Pues
aquí también hay paralelismo: los asaltantes del Capitolio y los miles que los apoyaban
contaron con la ausencia de las fuerzas del orden, los dejaron hacer. Acá la
destrucción de comercios, bienes nacionales, protestas violentas no son prevenidas
ni menos castigadas por las policías.
Con toda honestidad, ¿son iguales las dos circunstancias? Responda el
que sepa analizar objetivamente, no es ejercicio vano cuestionar al que lea
esto si se tiene en cuenta la proliferación de opinadores, ahora hay expertos
en sismos e inundaciones, epidemiólogos improvisados dando remedios caseros
contra el COVID, otros tratan de convencer que el dióxido de cloro sirve para evitar
contagiarse del virus. La mortalidad del virus siendo el tema
más repetido, se entiende que ante tan amenazante posibilidad de morir se
busque culpables. Este es otro paralelismo, en Estados Unidos se culpa a Trump del
tremendo número de muertos de cada día dada su esquizofrénica actitud ante la
epidemia. En México igual, con el agravante de que quizá sea por primera vez que
se tenga un experto de la salud coordinando las medidas necesarias, pero que sea
el señalado como un inepto y falseador de la verdad. Si logran destituir a
Trump como están proponiendo en ese país, verá Ud. cómo nuestros resentidos
políticos y la emotiva turba con deficiente desarrollo límbico de auto control aumentarán
sus campañas en el mismo sentido.
Muy llamativo para los televidentes
fue ver que a pesar de la insania de Trump los principales funcionarios no lo
reconvenían, se daba como explicación que tenían miedo del explosivo ocupante
de la presidencia. AMLO también ha tenido miedo de las arbitrariedades de aquél,
muchos mandatarios de otros países tienen miedo de antagonizar al terrorista
mundial que llega hasta tomar medidas contra los que comercien con los designados
en turno como gobiernos “antiamericanos.”
Atrás se oye en eco las palabras de Adam Smith “Todo para nosotros, nada para
los demás” y su confirmación Trumpiana: “Make America First”. Lewis Powel ya le
daba la razón a esta forma dictatorial de descalificar a los que critican al
imperio: “Nosotros tenemos el dinero, nosotros somos los que administramos, e
imponemos disciplina.”[1]
Es inevitable cuestionar a ese que se dice ser el líder mundial de la
democracia, el que quiere llevar a otros sus valores de justicia y libertad por
medio de derrocar mandatarios democráticamente electos, imponer dictadores,
saquear la riqueza, arrasar sus territorios. Difícilmente habrá cambios
substanciales en la política imperialista cuando la población siga creyendo ser
excepcionales, que “God is with us”, “We claim
to be a nation under God”[2]
La era de Trump y su fallida
toma del poder revela que la “más grande” democracia del mundo es frágil, que
el Goliat tiene pies de barro, bien harían los gobiernos dejar de temer las
represalias políticas y económicas de Washington y ayudar así a lograr algún
cambio por mínimo que sea para bien de la humanidad.
[1]
Memorandum Powell, Lewis F. Powell Jr. 1971 citado en Noam
Chomsky, Requiem por el sueño americano, Los 10 principios de la
concentración de la riqueza y el poder, México, Sexto piso 2017:34.
[2] Obispos americanos condenando los hechos catholicnewsagency.com