¿Una
maldición malinche: parirás con dolor…?
Manuel
Esparza
Este año se cumple el plazo fijado por la
Organización Mundial de la Salud para que en el periodo 2000-2015 baje la
mortalidad materna en un 75%. Ese ¨Objetivo del Desarrollo del Milenio¨
sólo se ha logrado en un 45%. La mortalidad
materna sigue siendo inaceptablemente alta principalmente en los países en
desarrollo. Cada día mueren en todo el mundo
unas 800 mujeres por complicaciones relacionadas con el embarazo o el
parto. En 2013 murieron 289 000 mujeres durante el embarazo y el
parto o después de ellos.
La evolución natural
Dicen que
el feroz Yavé maldijo a la desobediente Eva para que en el futuro le fuera mal a la hora de tener
descendencia. Bueno, eso fue un cuento que se inventó en una cultura del
desierto, porque eso de parir ya llevaban las hembras sapiens miles de años sufriéndolo, y millones antes que tampoco les iba nada bien desde que nos diversificamos
de los chimpancés.
Dejando a un lado las leyendas de manzanas o
higos que comieron la pareja desobediente sabemos que hay otro origen de la
moderna condición humana cuando de dar a luz se trata. Todo eso comenzó cuando aprendimos a bajarnos del
árbol y nos dio por andar erguidos, y de eso hace ya 4 millones de años. Sin
más, la estructura de la pelvis moderna humana se debe a las exigencias de la
locomoción bípeda erguida única en nuestra especie. Comparando las condiciones
de parto de otros primates, se ve que las características mecánicas del parto
cambiaron radicalmente a partir del bipedalismo.
En la
familia de los homíninos, con sus muchas especies, todos eran bípedos pero diferentes
substancialmente en el tamaño del cerebro, la estructura de los dientes y la
conducta. Los homíninos y los chimpancés tuvimos un ancestro común del cual nos
diversificamos hace 6 millones de años.
Unos de esos tempranos especímenes del género (Australopithecus sp.) muestran ya para hace 2.4 millones de años la tendencia creciente
del tamaño del cerebro. Ya para el periodo del Homo erectus (1.8 millones de años) el cerebro había crecido
aproximadamente a 900 ml, y todavía faltaba que creciera a los niveles modernos
de 1,350 ml, lo cual sucedió hace medio
millón de años. El bipedalismo trajo consecuencias al facilitar mejor
alimentación, la más notoria el mayor volumen cranial, que junto con la
mecánica necesaria para caminar derecho ejercieron tensiones en la pelvis
humana.
Volviendo al tema del parto mismo, los cuadrúpedos pueden parir
horizontalmente a través de un canal recto,
en cambio en los humanos fue necesario un cambio en el proceso del parto que
permite la rotación del feto para facilitar el nacimiento. Más que explicar con
palabras lo anterior mejor es ver una ilustración.
Este mecanismo de rotación
es único en la especie. Ahora bien, la relación del tamaño del cerebro y la
apertura de la pelvis pueden tener consecuencias. La cabeza de un recién nacido
es aproximadamente de 125 mm de largo por 100 mm de ancho (4.9 por 3.9
pulgadas), pero las medidas mínimas del canal materno promedian 113 mm de largo
y 122 mm de ancho (4.5 por 4.8 pulgadas). Además de las dificultades que
experimenta la cabeza, el feto tiene que pasar los hombros que están situados en ángulo recto, por lo cual se tiene que rotar noventa grados el
cuerpo para que por donde ha pasado la cabeza pasen luego los hombros. Las
cicatrices de las pelvis estudiadas
en colecciones óseas, si bien se pueden
deber a las tensiones ejercidas en el parto, no necesariamente esa sería la
única causa, pues cicatrices parecidas se hallan también en pelvis masculinas debidas
posiblemente al esfuerzo en la carga de
pesos.
En las especies más antiguas de
homíninos, el reducido tamaño del cerebro posiblemente significó que el parto
no era tan difícil como en los humanos modernos. Sin embargo, contrario de lo
que se piensa de los primates, el ajustado canal del parto puede causar problemas, así, el parto es difícil en
un papión o en un macaco pues los diámetros de las cabezas y de los canales son
muy parecidos. Los macacos tiene un alto porcentaje de mortalidad en el parto,
en cambio, en el orangután pongo, chimpancé pan y el gorila, el parto es muy
sencillo. Los humanos se parecen a los macacos en la labor del parto.
El cerebro humano al contrario de otras
especies, sigue desarrollándose fuera del útero y le lleva años hacerlo. Si el
feto se desarrollara en el vientre materno al tamaño que llega a desarrollarse
el cerebro, tendría que haber una cavidad pélvica mucho más grande y la
gestación duraría muchos meses más.
El
precio por habernos bajado del árbol es tener un cerebro grande, y con él la
capacidad de pensar, descubrir causas, imaginar escenarios, comunicarnos,
llegar a saber… Quizá se podría reconstruir
la versión del Génesis en términos de la ciencia evolutiva: Adán añoraba
su condición de primate, no quería bajar del árbol desde el cual con sólo
estirar la mano tenía frutos; Eva, en cambio, más inquisitiva, sí se arriesgó a
la aventura de bajarse, y comenzar a caminar en dos extremidades. La consecuencia,
la sabemos, tuvo hijos con cabezas que apenas podía parir. Pero valió la pena
el esfuerzo, dio a luz seres inteligentes
que podían distinguir el bien del mal.
Dejando a un lado las leyendas de manzanas o
higos que comieron la pareja desobediente sabemos que hay otro origen de la
moderna condición humana cuando de dar a luz se trata. Todo eso comenzó cuando aprendimos a bajarnos del
árbol y nos dio por andar erguidos, y de eso hace ya 4 millones de años. Sin
más, la estructura de la pelvis moderna humana se debe a las exigencias de la
locomoción bípeda erguida única en nuestra especie. Comparando las condiciones
de parto de otros primates, se ve que las características mecánicas del parto
cambiaron radicalmente a partir del bipedalismo.
En la
familia de los homíninos, con sus muchas especies, todos eran bípedos pero diferentes
substancialmente en el tamaño del cerebro, la estructura de los dientes y la
conducta. Los homíninos y los chimpancés tuvimos un ancestro común del cual nos
diversificamos hace 6 millones de años.
Unos de esos tempranos especímenes del género (Australopithecus sp.) muestran ya para hace 2.4 millones de años la tendencia creciente
del tamaño del cerebro. Ya para el periodo del Homo erectus (1.8 millones de años) el cerebro había crecido
aproximadamente a 900 ml, y todavía faltaba que creciera a los niveles modernos
de 1,350 ml, lo cual sucedió hace medio
millón de años. El bipedalismo trajo consecuencias al facilitar mejor
alimentación, la más notoria el mayor volumen cranial, que junto con la
mecánica necesaria para caminar derecho ejercieron tensiones en la pelvis
humana.
Este mecanismo de rotación es único en la especie. Ahora bien, la relación del tamaño del cerebro y la apertura de la pelvis pueden tener consecuencias. La cabeza de un recién nacido es aproximadamente de 125 mm de largo por 100 mm de ancho (4.9 por 3.9 pulgadas), pero las medidas mínimas del canal materno promedian 113 mm de largo y 122 mm de ancho (4.5 por 4.8 pulgadas). Además de las dificultades que experimenta la cabeza, el feto tiene que pasar los hombros que están situados en ángulo recto, por lo cual se tiene que rotar noventa grados el cuerpo para que por donde ha pasado la cabeza pasen luego los hombros. Las cicatrices de las pelvis estudiadas en colecciones óseas, si bien se pueden deber a las tensiones ejercidas en el parto, no necesariamente esa sería la única causa, pues cicatrices parecidas se hallan también en pelvis masculinas debidas posiblemente al esfuerzo en la carga de pesos.
En las especies más antiguas de
homíninos, el reducido tamaño del cerebro posiblemente significó que el parto
no era tan difícil como en los humanos modernos. Sin embargo, contrario de lo
que se piensa de los primates, el ajustado canal del parto puede causar problemas, así, el parto es difícil en
un papión o en un macaco pues los diámetros de las cabezas y de los canales son
muy parecidos. Los macacos tiene un alto porcentaje de mortalidad en el parto,
en cambio, en el orangután pongo, chimpancé pan y el gorila, el parto es muy
sencillo. Los humanos se parecen a los macacos en la labor del parto.
El cerebro humano al contrario de otras
especies, sigue desarrollándose fuera del útero y le lleva años hacerlo. Si el
feto se desarrollara en el vientre materno al tamaño que llega a desarrollarse
el cerebro, tendría que haber una cavidad pélvica mucho más grande y la
gestación duraría muchos meses más.
El
precio por habernos bajado del árbol es tener un cerebro grande, y con él la
capacidad de pensar, descubrir causas, imaginar escenarios, comunicarnos,
llegar a saber… Quizá se podría reconstruir
la versión del Génesis en términos de la ciencia evolutiva: Adán añoraba
su condición de primate, no quería bajar del árbol desde el cual con sólo
estirar la mano tenía frutos; Eva, en cambio, más inquisitiva, sí se arriesgó a
la aventura de bajarse, y comenzar a caminar en dos extremidades. La consecuencia,
la sabemos, tuvo hijos con cabezas que apenas podía parir. Pero valió la pena
el esfuerzo, dio a luz seres inteligentes
que podían distinguir el bien del mal.