Manuel
Esparza
El
corporativo religioso-inversionista asentado en Roma eligió por un periodo
abierto a Jorge Mario Bergoglio. En secreta reunión la Mesa Directiva integrada
por ejecutivos de las filiales en el mundo nombraron conforme la costumbre medieval
a Francisco como cabeza. Esta empresa
transnacional ofrece sólo un producto: satisfacer la necesidad de creer de la
mayoría de la gente. Su preocupación principal, entonces, es fomentar la fe
para mantener una población que haga viable a la institución. Lo que más teme
es precisamente que se deje de cotizar en la bolsa de valores si la taza de creyentes disminuye riesgosamente.
Para hacer publicidad y atraer inversión se
vende toda suerte de creencias abigarradas, entre más increíbles mejor, pues
será mayor la confianza del cliente. Así se gasta muchísimo en toda suerte de
amuletos, medallas, escapularios, rosarios, estampitas, aguas milagrosas,
soberbias catedrales, escuelas, santuarios, peregrinaciones a lugares de
apariciones. Uno de los más destacados vendedores de acciones de esta compañía
es el ejecutivo Norberto Rivera de la ciudad de México que después de extender
su área de ventas a la Basílica de Guadalupe desplazando al anterior hombre de
negocios, trató de patentizar la comercialización de la imagen de una virgen
que nunca se apareció.
No deja de ser intrigante el giro religioso
de esta compañía. Traza su origen nada
menos que a la divinidad encarnada hace 20 siglos. De esa manera la descendencia legítima de su autoridad
es sólida como una roca: las puertas de la competencia no prevalecerán
hasta el fin de los tiempos. La renovación de su presidente general es
invocando al Espíritu Santo quien guía a los electores a escoger al más
idóneo. Es de Dios entonces que ahora
Francisco sea único representante autorizado. Bajo esta creencia se ve que a
través de la historia de la institución ha habido notables hombres que supieron
ser ejecutivos y al mismo tiempo extraordinarios hombres de bien, pero también
entre las filas de los accionistas, benefactores, adherentes, simpatizantes se
dieron y dan hombres y mujeres entregados a procurar el bien del prójimo, no
pocas veces a costa de la vida.
La historia, por otro lado, también ilustra
la otra cara de la empresa, la que sabe jugar con las reglas del mercado,
invierte en bienes raíces, en bancos; la que intriga por los puestos de mando,
la que se asocia a los poderes civiles, la que calla ante dictadores para no
arriesgar su patrimonio. Ahora juzgue Ud. y pregúntese si la elección de los
siguientes Papas fue por inspiración divina. En el siglo X hubo tres Papas conocidos como
anti Papas, a Cristóbal lo hallaron estrangulado por órdenes del papa reinante.
A Juan XVI le quitaron la vista, y a Bonifacio VII lo asesinaron, su cuerpo fue
arrastrado por las calles de Roma. Se dijo que esos muertos eran Papas electos
ilegítimamente, pero Bonifacio ordenó la muerte de otros dos que sí fueron bien
electos. En ese mismo siglo León V duró sólo un mes y luego fue asesinado en la
cárcel. Benedicto V duró un mes también, Benedicto VI seis meses, es éste uno
de los que mandó estrangular el anti Papa Bonifacio. Juan XIV fue desposeído
después de reinar nueve meses, luego arrojado en prisión donde lo dejaron morir
de hambre y envenenamiento.
Contario a la costumbre reciente de elegir Papas ancianos,
en ese siglo X se le dio mucha importancia a la juventud: Gregorio V de 24
años fue elegido por imposición de su
primo el Emperador que tenía 16 años. El papa Gregorio tenía sólo 24 años. Juan
XII coronó a un niño de 12 años como Emperador del Sacro Imperio Romano. Ya un
antecesor, Juan XI había aprobado a uno de 16 años como Patriarca de
Constantinopla; él mismo fue electo cuando apenas tenía 20 años. De este Juan
XI las malas lenguas (Lombardi dixit)
decían que era hijo natural del Papa Sergio III y de una jovencita de 15 años.
Este Sergio no se medía, mandó asesinar
¨por compasión¨ a León V y también al anti Papa Cristóbal. Este
precursor de un Legionario mexicano dio comienzo a la llamada ¨pornocracia del
papado¨, cuando mujeres de familias poderosas romanas de fácil acceso manejaban
detrás de las cortinas de las recamaras a los Papas y las elecciones de éstos.
Sólo ese siglo X da para más. El
gobernante romano Alberico I hizo jurar a los electores delante del Papa
Agapito que elegirían a su hijo después de la muerte de Agapito. Así fue como subió
Juan XII cuando tenía 20 años pero para ser depuesto por un sínodo romano por
conducta escandalosa. Huyó, regreso a la silla pontificia, volvió a huir y
murió de una embolia en la cama de una casada. Esos eran los tiempos en que los
Papas eran elegidos no por colegio de cardenales sino por representantes del
pueblo y del clero de Roma. Precisamente por no seguir las reglas de ese tipo
de elección, a fines del s. IX, le fue
mal al Papa Formoso quien un año después de muerto, sus enemigos que tanto lo
odiaban convencieron al Papa Esteban VI/VII para que exhumado el cuerpo lo enviara
a juicio vestido de Papa. Lo condenaron: le cortaron los dedos con los que
bendecía a las multitudes y lo arrojaron desnudo al Tíber.
Y los tiempos pasados, a pesar de estar
más cercanos al origen del cristianismo, no dejaron de ser también muy
entretenidos: el Papa Marcelino (s. III-IV) se vio comprometido a incensar
ídolos. El Papa Liberio (s. IV) llegó a rechazar parte del Credo de Nicea. En
550 un sínodo de obispos africanos llegó a excomulgar al Papa Vigilio por
traición a la doctrina. Y para terminar tan edificante recuento hay que
recordar que el Papa León X intentó nombrar a Lutero cardenal en 1519 en un
arreglo político muy a la romana. Ese mismo León mandó estrangular a un
cardenal por medio de un musulmán, porque sería impropio que lo hiciera un
cristiano… (Más datos cuando se tenga insomnio: Joseph Gallagher, National
Catholic Reporter, March 17, 1995 y si se quiere divertir hasta la madrugada,
lea de corrido La Puta de Babilonia de
Fernando Vallejo, Planeta, 2007).